sábado, 19 de setembro de 2020

Avisos para quem falar da Divina Vontade

 AVISOS IMPORTANTES A QUIEN HABLA DE LA DIVINA VOLUNTAD 1 - No basta decir: “ya me he consagrado a la Divina Voluntad”, o bien: “ya he leído todos los escritos de Luisa”, para vivir de verdad en la Voluntad Divina. Si no le damos todo el espacio, toda la libertad para que haga en nosotros lo que quiera, no podemos decir que vivimos en Ella. Es como una persona –lo dice también Luisa– que tiene sus sentidos, la vista, el oído, la lengua, las manos, los pies, la respiración, el palpitar del corazón, pero todas esas cosas no funcionan, no se mueven absolutamente por su cuenta; la persona es la que las mueve o hace que las mueva la Voluntad Divina. Esta es la que ha de poder mover nuestros ojos, dar en nosotros vida a la palabra, vivir en nuestro respiro… Imaginemos nuestro cuerpo como un vestido que nos cubre y en el que estamos: ese vestido no se mueve si nosotros no queremos. Si un sentido o un miembro de nuestro cuerpo se moviera contra nuestra voluntad sería un problema serio. Nuestro cuerpo es como un vestido, no tiene que tener vida por su cuenta, sino que debe dejarse mover por nosotros que vivimos en él. Así vive Dios en nosotros: nosotros somos como un vestido para Dios; por tanto este vestido que somos nosotros no tiene que hacer nada por iniciativa suya ni con su voluntad, ni siquiera un movimiento, porque entonces Dios dice: ¿no soy Yo aquí el Rey, no soy Yo el dueño? Esto es algo fundamental. Hace falta un perfecto abandono. Esto no significa un “quietismo”, no hacer nada; sería un gran error decir “lo que no está expresamente mandado está prohibido”. No, el Señor te dice: “En el respeto de mi Ley –y tú ya la conoces– puedes hacer cualquier cosa, pero llámame a que la haga Yo en tí y por medio de tí”. 2 - Llega la noticia del don de la Voluntad Divina como vida, ha llegado a nosotros: “Dios quiere darte su Voluntad para que sea tu vida; es demasiado poco para El que tú cumplas fielmente todo lo que El quiere. Dios desea compartirla contigo para que sea en tí lo que es en El, la fuente de donde brotan todas sus obras, sus bienes infinitos y su felicidad”. La noticia es señal de que Dios quiere dárnosla de verdad, por eso lo primero que debemos hacer es acoger esta noticia, creerla con toda sencillez y enseguida dar a Dios nuestra respuesta. Y luego, ¿qué más debemos hacer? ¿Qué pasos hay que dar, cómo progresar? A medida que se conoce una cosa se aprecia, se desea, se ama, la hacemos nuestra. Para conocer las verdades maravillosas que el Señor ha querido manifestar acerca de esta gran noticia, hay que leer las páginas que le ha hecho escribir a Luisa, porque no se encuentran en ningún otro libro: así lo ha querido El. Leyendolas, nuestra mente no piensa en nosotros, sino en El, se ocupa de sus cosas, se enamora cada vez más de El. La luz es don de Dios, así como los ojos, pero abrir o cerrar los ojos depende de nosotros. Si ante estas primeras noticias la mente se queda fría, indiferente o, peor aún, reacciona cerrandose o oponiendose, eso es señal de que hay algún serio obstáculo interior, en la conciencia. Conocerlas depende siempre de lo que 4 realmente queremos, éste es el secreto: ¿qué es lo que queremos de verdad? No importa lo que pasa a nuestro alrededor, si los demás ayudan o nos crean problemas o dificultades, no tiene importancia; lo importante es lo que nosotros de verdad, en serio queremos, nuestra respuesta personal a Dios. 3 - Para conocer cómo es de verdad nuestra respuesta personal a Dios, es muy importante un pequeño exámen de conciencia: “Señor, ¿qué es lo que podrías Tú pedirme, y que yo no quisiera darte?” Cuando pensamos ésto, descubrimos dónde está nuestro verdadero tesoro, vemos si nuestra voluntad está libre o está atada por algo. Cuando seriamente, con sinceridad decimos: “Señor, Tú puedes pedirme todo, mis cosas, la salud, las personas queridas, la vida, puedes pedirme lo que quieras, que desde ahora ya te lo he dado (…aunque tal vez luego aún me lo dejes)”, entonces el Señor encuentra nuestra puerta abierta para poder entrar, entonces todo es bueno, todo es correcto. El problema no es lo que nosotros decimos, sino lo que compredemos, lo que queremos; eso es lo importante. Le podemos dar nuestra respuesta al Señor con otras palabras, pero ese es siempre el deseo: “Señor, no se haga mi voluntad, sino la Tuya. Que tu Voluntad sustituya totalmente la mía, que tome el lugar de la mía, así será como si yo no tuviera voluntad; debo comportarme como muerto, para que Tú vivas en mí”. 4 - Para dar la respuesta al Señor, para consagrarnos a la Divina Voluntad podemos servirnos de pocas o de muchas palabras, pero no son las oraciones que rezamos, las ceremonias o le cosas externas las que deciden por nosotros. La decisión está siempre dentro del alma; comprender y desear, conocer y querer, eso está dentro de nosotros. Lo que sucede fuera de nosotros no tiene importancia, que sean días de sol o días de lluvia, no tiene importancia; que todo vaya bien, que todo vaya mal, no tiene importancia, lo importante es lo que yo he comprendido y quiero, y yo quiero la Voluntad del Señor y no la mía. Esto es lo esencial, ésta es la esencia de la consagración. Podemos consagrarnos a la Voluntad Divina con muchas bellas palabras, con las palabras de Luisa, con otras palabras, con pocas palabras; se puede uno consagrar, puede renovar la consagración diciendo “¡Señor, comprendo lo que me ofreces, lo quiero!”. Pues bien, eso ya es una perfecta consagración. ¿Pero cuántas veces hemos de hacer la consagración? ¿Una vez al año? No hace daño, pero no cambia nada. ¿Una vez al día? Muy bien. ¿Una vez cada tres horas? Mejor todavía. ¿Una vez cada cinco minutos? Aún mejor. ¡Una vez en cada respiro, en cada latido del corazón! Entonces no hacen falta ni siquiera las palabras, porque todo consiste en la intención y en la atención. 5 - El verdadero espíritu de la consagración nos lo enseñan algunas parábolas muy bellas, muy sencillas del Evangelio. El Reino de los Cielos (o sea, de la Divina Voluntad) es semejante a un tesoro oculto en un campo, que un hombre encuentra, dice el Señor. Cuando encuentra el verdadero tesoro oculto y se da cuenta de que es el verdadero gran tesoro maravilloso, ya no le importa nada, le interesa sólo comprar ese campo para poseer el tesoro: 5 entonces corre a vender todo lo que tiene, para comprar ese campo. Pues bien, el tesoro está en el campo de los escritos de Luisa y es la Divina Voluntad como vida. Cuando eso se comprende, nada tiene ya importancia, ya no nos ocupamos de otras cosas, ya no tenemos deseos ni tiempo para otras cosas, porque toda nuestra atención, nuestro deseo es poder tener ese tesoro. Todo lo demás es relativo, las demás cosas son medios, pero tener como vida la Divina Voluntad es el fin de todo. ¿Con qué compraré ese tesoro? Con lo único que puedo decir que es mío, con mi voluntad. Puedo pagar sólo con mi voluntad para poder recibir la Suya. ¿Acaso no es un intercambio de dones? El Señor ha dicho también: “El que quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame”. Niéguese a sí mismo, es decir, no dé espacio ni vida a su propia voluntad, abrace cada día la Voluntad de Dios (que de esa forma crucifica la nuestra) y lo mire sólo a El para seguirlo, o sea para hacer con El lo que El ha hecho. 6 - Por eso en los diez primeros volúmenes de Luisa (aunque en ciertos momentos el Señor ya habla de su Voluntad y dice cosas muy importantes, indicandola como su finalidad 1 ) en general habla de las distintas virtudes, en cuanto que sirven para “modelar” la voluntad humana, dandole la forma divina necesaria. En esos volúmenes hallamos continuamente a Luisa 1 - “Mi intención es absorberte en mi Voluntad y hacer (con la tuya) una sola, haciendo de tí un ejemplar perfecto de uniformidad de tu querer con el Mío. Pero eso es el estado más sublime, es el prodigio más grande, es el milagro de los milagros lo que quiero hacer de tí. Hija mía, para llegar perfectamente a hacer que nuestro querer sea uno solo, el alma se ha de hacer invisible, debe imitarme (…) Así el alma debe espiritualizar todo y llegar a volverse invisible, para poder formar fácilmente su voluntad una cosa sola con la Mía, porque lo que es invisible puede ser absorbido en otra cosa. De dos objetos, con los que se quiere hacer uno solo, es necesario que uno pierda su propia forma, pues si no nunca se llegaría a formar un solo ser. ¡Qué fortuna sería la tuya, si, destruyendote tú misma, hasta hacerte invisible, pudieras recibir una forma toda divina! Más aún, con quedar absorbida tú en Mí y Yo en tí, formando un solo ser, llegarías a tener en tí la fuente divina y, al contener mi Voluntad todo el bien posible, llegarías a tener en tí todos los bienes, todos los dones, todas las gracias, y no necesitarías buscarlos en otras partes, sino en tí misma. Y si las virtudes no tienen límites, estando en mi Voluntad por cuanto la criatura puede alcanzar, llegará a sus límites, porque mi Voluntad hace llegar a adquirir las virtudes más heroicas y sublimes, que la criatura no puede superar. Es tan grande la altura de la perfección del alma que se deshace en mi Querer, que llega a obrar como Dios, y eso no es de extrañar, ya que como ya no vive su voluntad en ella, sino la Voluntad del mismo Dios, cesa todo asombro si viviendo con esta Voluntad posee la potencia, la sabiduría, la santidad y todas las otras virtudes que tiene el mismo Dios. Basta decirte, para hacer que te enamores y colabores lo que puedas por tu parte para llegar a tanto, que el alma que llega a vivir sólo de mi Querer es reina de todas las reinas y su trono es tan alto, que llega hasta el trono del Eterno, entra en los secretos de la Augustísima Trinidad y participa en el amor recíproco del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡Oh, cómo todos los ángeles y los santos la honran, los hombres la admiran y los demonios la temen, viendo en ella el Ser Divino!” (Vol. 3°, 21 de Mayo 1900) 6 como víctima; eso puede impresionar mucho, pero a nosotros no nos interesa, por así decir, ya que no es problema nuestro, no somos víctimas como ella; ese era su principal problema, era su misión, pero nosotros no tenemos esa vocación en la forma como ella la tuvo. Debemos comprenderlo cuando leemos el primer volumen y los demás. De lo que tenemos necesidad nosotros es de darnos cuenta y comprender, qué es lo que debemos vender para comprar el Tesoro. En efecto, conviene siempre (es mi consejo) leer los 10 primeros volúmenes y al mismo tiempo ir leyendo a partir del volumen 11°, porque éste y los que siguen nos hacen conocer el tesoro para enamorarnos de él y desearlo. Los diez primeros volúmenes nos enseñan qué es lo que debemos dar, nos enseñan a renunciar a nosotros mismos, y ese es el trabajo de las virtudes cristianas, como el Señor le explica a Luisa. Nos hacen comprender cómo nos debemos liberar de nuestra voluntad bajo tantos aspectos, bajo el aspecto de la obediencia, de la humildad, de la paciencia, de la caridad, de la constancia, etc, y todas las virtudes cristianas indican de que manera hay que dominar nuestra voluntad y no darle vida para que pueda tener como vida la Divina Voluntad. Pero a partir del volumen 11° nos muestran el tesoro maravilloso que el Señor nos ofrece. 7 - La gran Noticia de la Divina Voluntad, que ahora Dios quiere darnos como vida y no sólo como Ley, es necesario que se transmita en un primer momento “de persona a persona”. “La fe depende de la predicación y la predicación a su vez se realiza por la palabra de Cristo” (Rom 10,17). Luego, sucesivamente, llegará el momento de dar un escrito para que la otra persona entre personalmente en contacto con estas maravillosas verdades, recordando la promesa de Ntro. Señor al final de su “Llamado del Rey Divino”: “Os ruego, hijos míos, que leais con atención estas páginas que os pongo delante y sentireis la necesidad de vivir de Voluntad mía. Yo me pondré a vuestro lado cuando leais y os tocaré la mente, el corazón, para que comprendais y decidais querer el Don de mi Fiat Divino”. Así se propagó el Evangelio, antes aún de que fuera escrito. Los discípulos sintieron la necesidad de ser “apóstoles”, evangelizadores, evangelio vivo, y la gente veía y decía: “¡Cómo se aman!” Luego llegaron los Apóstoles y después los Evangelios escritos. Lo mismo pasa con los escritos de Luisa. Si no es así, el peligro es hacer “ideología” y no Verdad vivida, indiscutible por ser vida. Hace falta leer todos los volúmenes. Estan precedidos por la maravillosa síntesis del Mensaje, que son los tres “Llamados”. Adentrandose en los volúmenes (por ejemplo, el 15°) se empieza a comprender por qué el primero empieza con “la novena de Navidad”, ya que en realidad todo parte del decreto eterno de la Encarnación del Verbo, que a causa del pecado (el querer humano) ha tenido que encarnarse como Redentor y “Varón de dolores”. Los primeros volúmenes hacen ver todos los males causados por el querer humano separado del Divino, y conducen al verdadero morir a nosotros mismos, si queremos dar vida en nosotros al Querer Divino, que empieza a resplandecer, como la aurora, a partir del decimo primero... 7 8 - Perder nuestro querer humano y adquirir el Querer Divino es lo que San Juan Bautista dijo: “conviene que El crezca y yo disminuya”. El Señor ha de llenar todo mi ser y mi vida, yo debo dejar totalmente el puesto a Jesús, debo ser como una vestidura que Lo cubre, como otra humanidad suya. Así yo no debo vivir mi vida por mi cuenta, por iniciativa mía, sino dejar que el Señor sea el que viva en mí. Yo soy su morada, El ha de ser el dueño de la casa; yo he de ser como el recipiente y El ha de ser el contenido. Entonces el Señor, tan humilde, tan bueno, tan misericordioso, se adapta a nosotros, a quien lo contiene, se adapta a nuestra capacidad, a nuestro modo de pensar, de obrar, etc., como un líquido se adapta al volumen y a la forma de la botella que lo contiene. El se adapta a nuestra pequeñez, a nuestros límites, a nuestra mentalidad, a nuestro modo de sentir, de reaccionar, de hablar… El se adapta a nosotros, pero eso es sólo el comienzo, porque por justicia quiere que también nosotros hagamos lo mismo, que también nosotros nos adaptemos a El. Nosotros somos el contenedor y El se hace el contenido, El acepta tomar nuestra condición humana, nuestra forma y nuestros límites, para que también nosotros perdamos nuestra forma de pensar, de amar, de sentir, de sufrir, de orar, de todo; perdamos nuestra forma humana para adquirir la Suya divina. En el Primer Volúmen Luisa habla de la Novena de la Santa Navidad, que hizo cuando tenía 17 años. En la cuarta hora Jesús le decía: “Hija mía, quisiera abrazarte, pero no puedo, no hay espacio, estoy inmóvil, no puedo hacerlo; quisiera ir a tí, pero no puedo andar. Por ahora abrázame y ven tú a Mí; después, cuando salga del seno materno, vendré Yo a tí”. Estas palabras aluden a una enseñanza fundamental, que el Señor irá luego desarrollando a lo largo de los escritos. Son como dos tiempos de la vida espiritual. En el primero, el alma, ayudada por la Gracia, es protagonista en su búsqueda de Dios; en el segundo, después, es Jesús el Divino protagonista, cuando vendrá al encuentro del alma. Esto vale para cada alma, como para el conjunto de las almas: la humanidad. Primero El, el Rey, establece su morada en nuestra mísera choza y se adapta con tanta humildad, con tanto amor, con tanta paciencia a vivir en nosotros, a hacer con nosotros nuestras cositas, a compartir nuestra vida. Por eso lo invitamos cada día diciendo: “ven, Divina Voluntad, a pensar en mi mente, a hablar en mi voz, a obrar en mis manos”, etc. El Señor se abaja a hacer eso, pero luego El dice: “bueno, hijo mío, ahora ven tú a vivir conmigo en mi palacio; por eso olvídate de tu pequeña choza, ven a tomar posesión de mi Reino, ven a ver lo que hago Yo para que aprendas de Mí y me acompañes en todo”… 9 - Sin embargo nosotros no somos capaces de vivir enseguida definitivamente en su Voluntad; lo hacemos al principio algunas veces al día, dos, tres, cinco veces, cuando nos acordamos, y esas veces nos asomamos apenas un poco… Después poco a poco, cada vez más, hasta que pasemos más tiempo en su palacio, admirandolo, que no en nuestra mísera cueva, hasta que la olvidemos, porque ya vivamos siempre habitualmente en el palacio del Rey 8 como hijos suyos… Es entonces cuando debemos adaptarnos a su modo: a vestir como El se viste, a comer lo que es su Alimento, a obrar como El obra, a cuidar de todo, a reinar, a amar como El ama, a dar la vida como El la da. Primero es la Divina Voluntad la que, llamandola, viene a ser en nosotros la protagonista, a hacer todo lo que hacemos, se adapta a nosotros; pero después, cuando ya nos ha preparado suficientemente y nosotros cada vez más queremos visitar su palacio, cuando le hemos dado suficientes pruebas seguras de que sólo queremos su Voluntad y sentimos que ya no sabemos vivir fuera de Ella, entonces somos nosotros los que nos adaptamos a Ella. Sólo entonces es cuando espontáneamente la oración hace los famosos “giros o paseos del alma”, o sea, es entonces cuando empezamos a recorrer con el Señor todo lo que El ha hecho, sus obras, la Creación, la Redención, la Santificación, para conocer y tomar posesión de todas sus riquezas y maravillas que ya son nuestras. Dios nos las ha dado y nosotros debemos glorificarlas, y al recorrer todas esas obras suyas, vemos que El las ha hecho con tanto amor a nosotros y que debemos darle respuesta de amor por nosotros y por todos en esas mismas cosas, dandole las gracias con su mismo agradecimiento, abrazarlo con su Inmensidad, alabarlo con su Sabiduría, glorificarlo con su misma Gloria, amarlo con su mismo eterno Amor. Por tanto, antes El se adapta a nosotros, para que luego nosotros nos adaptemos a El. Esa es la primera parte, ese modo de orar: “Ven, Divina Voluntad, a pensar en mi mente, a caminare en mis pasos”, etc., Sí, todo esto es bello, es importante, es necesario, pero sólo es el comienzo. Después, cuando se va creciendo como Jesús (que crecía en edad, sabiduría y gracia) debemos crecer en conocimiento, en sabiduría, en amor. Por eso es necesario leer mucho los escritos de Luisa y compartir con Jesús todo lo que es Suyo. Sólo entonces empezamos a sentir que todas esas cosas del Señor, lo que El ha hecho, las obras de Dios, nos pertenecen, son nuestras y las reconocemos y amamos. Sólo así se puede decir que “se hacen los giros, los paseos en la Divina Voluntad”; pero si a eso todavía no hemos llegado, es inutil y de nada vale decir que hacemos “los giros”. El Señor dice: “¿pero giros de qué, si tú todavía no me conoces, si no conoces mis obras, si aún vives en tu choza? No puedes saber lo que hay en el palacio del Rey, hasta que no dejes de verdad tu choza, tu voluntad, y vengas a vivir en mi palacio real, no sabes lo que hay en mi Reino”. El Señor dice: es cierto que te lo quiero dar, pero tú todavía no lo recibes; cuando tú me pides mi Voluntad, Yo te la doy, pero tú la recibes sólo cuando me das de verdad la tuya. Se la pedimos al Señor durante mucho tiempo y El tal vez durante toda una vida nos pide, nos pregunta de muchas formas: “¿quieres darme de verdad tu voluntad, quieres negarte a tí mismo, tomar tu cruz cada día y seguirme”, como he dicho en el Evangelio? ¿De verdad quieres no darte nada a tí mismo para darmelo todo a Mí? 10 - Sólo dos cosas podemos presentar como nuestras: DESEOS y DISPONIBILIDAD. No tenemos otra cosa. Los deseos deben ser grandes, 9 verdaderamente sinceros, dispuestos a todo, deben ser grandes, nobles, generosos (por ejemplo: “Señor, que todos se salven”, “que venga tu Reino”); y la disponibilidad es no decir al Señor cómo tiene que hacer las cosas, es dejarle que haga todo en nosotros, come dice el Señor a Luisa: “el verdadero y perfecto abandono dice con hechos: mi vida es tuya, de la mía no quiero ya saber nada”. Esto es muy importante: deseos y disponibilidad. Es verdad que hallamos obstáculos, pero si creemos llegaremos adonde debemos llegar y los obstáculos no nos han de detener. Si no puedo pasar por un lado, busco por dónde, paso por otro sitio; si encuentro un stop me debo detener, pero no termina ahí mi camino, continúo… Si tengo un problema de motor o de ruedas, lo hago reparar, pero no acaba ahí mi viaje. Para eso estan los Sacramentos. Yo sigo, no me paro. Recordemos que en el vocabulario de Dios no existen palabras como “imposible”, o “inutil”, o “esto es demasiado”, o “tengo miedo”… ¿Por qué tenerlas nosotros, que somos sus hijos? 11 - “Los giros o paseos” no se hacen si antes la voluntad humana no está muerta del todo. Son solamente una forma de decir, una cancioncita aprendida de memoria… La voluntad humana existe siempre y debe existir sólo para dar espacio en sí a la Voluntad Divina, para identificarse con Ella. “Los giros del alma” es capaz de hacerlos sólo quien vive en la Divina Voluntad. Aunque el Señor te regale “su avión”, tú no puedes volar ni aprendes mientras sigas con “tu bicicleta”. Nadie puede decir que vive en la Divina Voluntad; podemos decir sólo que la deseamos y con humildad confiamos que el Señor llevará a cabo la obra que en nosotros ha empezado. No consiste en una oración que se reza, en un distintivo, en un carnet, en una aprobación oficial, en un estatuto, en una particular comunidad o grupo eclesial o de oracón, en congresos... La Divina Voluntad es como la lava de los volcanes, que en la humildad, bajo tierra tiene una temperatura elevadísima que funde las rocas y excava largos túneles y quién sabe adónde llega…, pero apenas sale a la superficie y se muestra, empieza a enfriarse, se endurece, se vuelve negra y se detiene. Se puede decir “Jesús, te amo”, pero eso no significa que se vive en la Voluntad Divina. Algunas personas que rezan las oraciones de Luisa dicen que viven en la Divina Voluntad… Dicen: “soy hijo del Divino Querer”…, ¡enhorabuena! ¿Pero viven como vive Jesús, el Hijo del Divino Querer? Todo depende de cuánto espacio le deja nuestra voluntad a la Divina. Debemos leer, desde luego, los escritos de Luisa, eso es fundamental, pero la finalidad es que nosotros lleguemos a ser los escritos o los volúmenes vivientes de la Divina Voluntad. Como no habría sido suficiente tener los cuatro Evangelios escritos, sin los evangelistas ni los evangelizadores. 12 - Ntro. Señor dice que “de la abundancia del corazón habla la boca”, no ya de la abundancia de nuestra cabeza, de nuestra cultura o saber. Por eso no conozco a nadie que haya recibido la Fe porque yo le haya recitado el Credo, ni alguien que se haya enfermado por ejemplo de tuberculosis porque yo le haya explicado lo que es esta enfermedad; pero si yo la tengo, entonces es fácil que pueda contagiar... 10 ¿Por qué digo ésto? Por avisar acerca del gran “celo” apostólico que podemos sentir. Es lógico que quien encuentra la monedita que había perdido vaya, lleno de alegría, a decirlo a todo el mundo, como dice en una parábola el Señor. Pero también dice en otra que el que encuentra el Tesoro escondido lo esconde (en sí), corre a “vender todo lo que tiene” para comprar ese campo. Además es necesario saber de qué hablamos. Los primeros Apóstoles, después de su primer encuentro con Jesús, llenos de alegría, comunicaron lo que sabían de El, “telegráficamente”. Andrés encontró a su hermano y le dijo: “¡Hemos encontrado al Mesías!” “¿Pero es posible?” “Ven y verás”, y lo llevó a Jesús para que lo conociera personalmente. Por eso es suficiente dar un primer anuncio a las personas porque este Tesoro, como el Evangelio, se transmite “de persona a persona”: hace falta ser suficientemente “un Evangelio viviente” para transmitirlo, ser discípulos antes que ser apóstoles. Sí, podemos hablar a un grupo, como hace un sacerdote por ejemplo en una iglesia, pero luego ha de llegar la fase de hablar a la persona concreta, y eso es posible en la medida que dicha persona manifiesta un mínimo de interés y de deseo de saber más de eso que le hemos dicho. El Señor ha dicho: “da al que te pide”, porque si no te pide, ¿qué le vas a dar? El Señor no arroja las cosas santas a los perros... Otra cosa: no consideremos por separado las diferentes verdades reveladas por el Señor, como si fueran temas que no tienen que ver unos con otros. Todo ha de ser ordenado, cada cosa en su lugar. Pero no cometamos el error, por ejemplo, de no respetar lo que un párroco les pida que hagan en su parroquia haciendo otra cosa: si el Padre pide que se hable de la Divina Misericordia, de eso hay que hablar, y sólo después se puede tocar el tema de la Divina Voluntad, haciendo ver como una cosa va unida a la otra. Y aprovechemos cada ocasión para hablar apenas el Señor dé una oportunidad, pidiendole que El sea el que hable a los corazones. 13 – En el libro del Apocalipsis leemos: «Después ví a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono. Fueron abiertos los libros. Fue abierto también otro libro, el de la Vida. Los muertos fueron juzgados conforme a lo que estaba escrito en esos libros, cada uno según sus obras. (…) Y el que no estaba escrito en el libro de la Vida fue arrojado al lago de fuego» (Ap. 20,12- 15) La vida es como un libro, de muchas páginas. Tantas como son los días de nuestra vida, las horas e incluso los minutos. Lo escribimos día tras día, hora tras hora. Al final, la Gloria del Cielo, el grado de felicidad dependerá de cuantos MOTIVOS de felicidad y de gloria hayamos acumulado en nuestra vida, en las páginas de nuestro libro. Y lo que escribimos en él debe corresponder a lo que está escrito en el libro de Aquel que es la Vida, Jesucristo. Imaginemos la escena inicial del día: el niño (nuestra alma) se despierta y enseguida corre a su Papá, el Padre Divino, que lo está esperando con tanto amor. Cuando llega lo abraza, le da un beso y lo sienta sobre una rodilla; a continuación toma un libro grande, maravilloso, “el Libro de la Vida”, mientras 11 el niño saca su cuadernito, en el que debe copiar lo que para ese día ya está escrito en el Libro de la Vida… ¿La Vida de quién? ¡De Jesús! Porque El ha vivido en su Vida la vida de cada uno de nosotros, como debía de ser, de una forma perfecta, es decir, divina. “Si tú me lo permites –dice Jesús– yo quiero ser en tí Actor y Espectador al mismo tiempo”. Entonces, si el niño es inteligente, dice: “Papá, yo no sé escribir, lo hago muy mal, me distraigo y pierdo tanto tiempo, me equivoco con las palabras, y luego mi escritura es impresentable, llena de errores, de manchas, de garabatos…, ¡AYUDAME!” ¡Esa es la palabra que el Padre esperaba! Entonces el Papá le dice: “Dáme la manita, ponla en la mía”, y así en poco tiempo, mano en la mano, escriben la página del día… “Papá, qué lindo es esto que Tú has escrito…” –“Hijo mío, «que hemos escrito», porque si tú no me hubieras dado la manita, Yo no habría escrito nada”. Jesús quiere ser el Protagonista de cada página de nuestra vida, como el Padre lo es de cada página de la suya: “el Padre, que vive en Mí, hace sus obras” (Jn 14,10). Eso lo han sabido todos los Santos: “He sido crucificado con Cristo y ya no soy yo el que vive, sino es Cristo que vive en mí” (Gál 2,20). Pero ahora ha llegado el momento en que quiere que también nosotros vivamos en El, que seamos partícipes y co-protagonistas de cada página de su Vida, empezando por la primera, que nos unamos conscientemente a El desde su Encarnación, cuando “entrando en el mundo” El ha dicho: “Héme aquí, oh Padre, que vengo para hacer tu Voluntad” (Hebreos, 10,7). ¡Oh, inmenso amor de Dios, que no quiere estar solo, El, que no necesita de nada! ¡Que quiere sólo dar amor y felicidad! Por eso, en su decreto eterno, nos ha querido a todos nosotros junto con El, como miembros de su Cuerpo, y al encarnarse ha concebido junto con su Humanidad a todas las almas, con todas las deudas de todas las criaturas, y su obra de Redentor ha empezado desde el primer instante. Nos ha llevado en El en cuanto criaturas, pero luego en el Huerto de los Olivos nos ha concebido en Sí en cuanto hijos que redimir; y esa es la obra de la Redención: reincorporar en El a todos los hijos de Dios que estaban dispersos. Pero ahora ha llegado el tiempo en que estos hijos de Dios, unidos a Cristo como miembros de su Cuerpo, deben ser conscientes y tomar parte en todo lo que El ha hecho. En cada página de su Vida quiere nuestra firma unida a la Suya, nuestro amor junto con el Suyo, con la misma dimensión divina y universal. Eso es el “fundirse en la Divina Voluntad”, la perfecta Comunión recíproca, como es la de Jesús y el Padre: “Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío” (Jn 17,10), “Yo soy tuyo y Tú eres mío”

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